El prófugo
Tuve que irme. Con lo puesto.
Adentro de esa campana de cristal
lograban hacer de mí dedos escuálidos,
tristeza octogenaria.
No me quedaba nada
de ave zancuda,
ni de abeja, ni de mariposa.
Nada.
Josefina Trebucq
Tuve que irme. Con lo puesto.
Adentro de esa campana de cristal
lograban hacer de mí dedos escuálidos,
tristeza octogenaria.
No me quedaba nada
de ave zancuda,
ni de abeja, ni de mariposa.
Nada.
Josefina Trebucq
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