un ojo en la mirilla de la puerta
o de la cámara que filma
el leve gracioso balanceo de ella; la sorpresa de él, ojos de luz.
Gestos apenas, que de inmediato ya han comenzado a
desvanecerse.
Sin embargo, y de manera feroz e ineludible,
(puñalada
al corazón,
mazazo en la nuca), comprendemos:
nada es fugaz.
Todo permanece.
Hasta el ciego impulso, retenido a último momento, de rozar
otros labios; el leve abrazo de perdón al fin negado. Permanece.
Lo que no sabemos aún es cómo transladarnos a ese universo
paralelo.
O corazón del corazón del mundo.
Qué peligro los dientes
apretados de rabia.
En la tarde, con su estilo soleado
juegan los niños y
sus ángeles de la guarda.
Josefina
Trebucq
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